Odalisca (Mujer de Argel)

Recuerdo el día de sol que lo vi pasar por primera vez. El clima estaba cálido y el río nos daba una pequeña brisa. Los pájaros cantaban mientras Eva y María sonreían para llamar la atención de aquel mortal, de aquel hombre que tenía una característica particular; decían que con sus manos hacía arte, creaba a partir de los detalles que su modelo relataba. Me generó curiosidad y decidí acercarme, extendí mi mano para presentarme pero él no me notó y me consideré poco agradable. Siguió su camino y yo observaba el modo en que pisaba las hojas secas que adornaban el lugar. Desconcertada regresé con Eva y María, las había abandonado por conocer a este sujeto.
Más tarde, pase por la Casa de la Cultura y me fije en un aviso en el que se buscaban modelos para realizar desnudos. Ingresé y me enteré de que el mismo hombre que había ignorado mi saludo era el maestro encargado de la convocatoria. Me posicioné en frente de él y me presenté:
-Hola, soy Ángel. La mujer que ignoraste en la tarde cerca al río.
-Mucho gusto Ángel. Soy Ariel y no le ignoré, simplemente no la vi.
Lo definía como un hombre misterioso. Sus gafas oscuras no me dejaban detallar sus ojos; su aura y su esencia. Lo notaba cortante, pero no podía pedir mucho, ni siquiera sabía quién era yo… Rompí el incómodo silencio preguntando:
-¿Podría ser una de tus modelos? A lo que me respondió
-Sí, pero deseo una chica con labios color carmesí, cejas gruesas, cabello negro y un físico desarraigado de la sociedad.
-¿Es que no me ves? -le dije en tono de burla- Me estás describiendo.
-Quisiera verte, pero no tengo la posibilidad. Soy ciego.
Quedé estupefacta y traté de incorporarme, me sentí mal al saber que le exigí algo que no podía brindar. Incliné mi cabeza y con tono suave dije:
-Me disculpo, no lo sabía.
-Hay cosas que no es necesario saberlas. Te espero a las 3.00 el jueves. Me responde.

No fui capaz de despedirme, salí pensativa del lugar. Llegué a casa e investigue sobre aquel curioso personaje. Me asombré al notar que sus obras eran perfectas, manejaba delicadeza en cada trazo y sentí celos al no ser el pincel que sus dedos abrazaban. Tenía algo claro, quería que me pintara, quería que me sintiera, que hiciera conmigo arte y creará nuevas técnicas al tocar mi cuerpo.
El jueves a las 2.40 estaba en el aula. Noté el modo en que limpiaba el espacio, quise imaginar que lo hacía para mí. Caminé dos pasos y le hablé al oído, me sentí extraña, me ponía nerviosa y no entendía el por qué, nunca me había ocurrido algo parecido. Descargue mi cartera, me desvestí y cubrí mi cuerpo con varios trapos que encontré en su escritorio. Me recosté en el sofá, apoyé mi cabeza en un cojín inmenso. No sabía qué expresión hacer así que le dije:
-Cumplí, he venido para que hagas arte conmigo. Me atraes y quisiera enseñarte la realidad a través de mis ojos.
Él sonríe, posiciona su cuerpo en dirección a donde estoy, se inclina y me susurra:
-Enseñame tu realidad.
Sentí calosfrío, mis pezones se encontraban duros y mi sueño a blanco y negro comenzaba a tomar color.



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